Columna del Padre Tomás



En la antigüedad se solían marcar los caminos con postes o pequeñas columnas. Eran los puntos de referencia para ir haciendo camino. A veces también se usaban las columnas para recordar hechos, personas, acontecimientos a no olvidar.

Las columnas del Padre Tomás del Valle son un poco ambas cosas. Piedras que marcan el camino que se va haciendo cada día, sin rutas, sin marcas. Y también Columnas que recuerdan hechos, personas, acontecimientos. En ambos casos no es otra cosa que un intento de trazar caminos en la aldea global.

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domingo, 20 de julio de 2008

MEMORIA HISTORICA

Un antiguo director de El Diario La Prensa solía afirmar que los estadounidenses aprenden geografía cuando entran en una guerra. Como la actual contra el terrorismo se está llevando a cabo en territorio norteamericano, no ha quedado más remedio que aprender otra cosa: historia y religión.
La sociedad norteamericana es joven, multiétnica y multicultural. Es un poco igualmente la sociedad de lo inmediato, de lo práctico. Los medios de comunicación nos hacen ver la realidad de hoy, pero muy difícilmente la de ayer. Este fenómeno es símbolo de ignorancia y prepotencia, propio también de los grandes imperios.
Todos los procesos actuales de integración, globalización y comunicación instantánea, nos han llevado a convertir el mundo en una gran aldea. Pero con el agravante de que no conocemos ni los vecinos ni su historia.
No es de extrañar por tanto la cantidad de sandeces e inutilidades que se han manifestado en los medios de comunicación desde septiembre de 2001. Pocos ciudadanos comunes sabían lo que era un talibán, un suni, un wahabita o un kurdo. El 11 de septiembre nos despertó a todos y nos empezó a cuestionar. Desde esos tristes días empezamos a utilizar y conocer otros nombres y otras realidades. Supimos donde quedaban Afganistán, Pakistán, Irak, Siria y Kuwait. Arabia Saudita dejó de ser el país de los jeques árabes multimillonarios y excéntricos que nos proveían de petróleo barato para poder seguir con nuestro ritmo de vida de abundancia y despilfarro. Ahora era también el país que dio origen a Osama Bin Laden, a Al Quaeda. Junto con esos nombres se nos entró el miedo en el cuerpo. El miedo al extranjero. El miedo al musulmán. El miedo a un atentado. El miedo sin más.
Nuestras autoridades nos indicaron que había un Eje del Mal formado principalmente por tres países: Corea del Norte, Siria e Irán. El primero, con una población muerta de hambre y desconociendo los más elementales derechos de la persona, amenazó con armas nucleares la paz mundial. Todo se resolvió con acuerdos por los cuales se intercambiaba energía barata y alimentos por cancelaciones nucleares. En Siria la fuerza aérea israelí se encargó de destruir el incipiente reactor nuclear instalado en su territorio con ayuda coreana. Ya se han mostrado dispuestos a un diálogo con Israel y con Occidente para poder salir de su pobreza y su aislamiento internacional.
Queda Irán. Para aquellos que desconocen la historia sería conveniente recordarles que Irán no es otra cosa que el heredero del Imperio Persa, el cual comprendía los actuales Afganistán, Pakistán, Turkmenistán, Uzbekistán, el propio Irak. En toda esta amplia zona del mundo se sigue mirando con respeto y con temor a Irán. Son más de siete mil años de historia. Este pueblo, con una población alfabetizada en cerca de un 80% , con un número de usuarios de internet que le coloca en el 4to lugar del mundo en número de usuarios de blogs, está amenazando con el uso de la energía nuclear. Dicen que es para usos pacíficos. La historia nos ha enseñado que sus sueños de potencia nunca han desaparecido. Su herencia está muy profundamente enraizada en la zona. La comunidad mundial está pendiente ante este fantasma del pasado que se despierta. ¿Camino a seguir? El diálogo, pero sin olvidar el dicho romano: "Si vis pacem, para bellum" (Si quieres la paz, prepárate para la guerra)
Tertuliasiglo21@aol.com

jueves, 3 de julio de 2008

JERUSALEN

Desde Jerusalén

Uno de los rasgos característicos de la raza humana ha sido su trashumancia, su ir y venir de una parte a otra del mundo.
Fuera buscando pastos para sus ganados, refugio para sus fríos, alimentos para sus hambres, mujeres para sus hombres, el caso es que la historia humana es una de movimientos y caminares. Creo que fue Rubén Darío quien afirmara aquello de que los únicos que se mueren en el mismo sitio que nacen son los árboles.
En esos caminares y trashumancias siempre han existido puertos de llegada y, a veces, de permanencia eterna. Lugares de referencia en la vida, los cuales se mantienen inmóviles. Núcleos urbanos que encierran entre sus muros y sus empedradas calles la historia, la alegría, la pena, la esperanza de incontables generaciones. Jerusalén es uno de esos sitios. Una pequeña ciudad con sueños de capital eterna e indivisible, que recoge dentro de sus muros físicos y espirituales la esencia de la razón de ser de la humanidad.
Hace como tres mil los años el líder de unas tribus violentas y soñadoras estableciera en ella la capital de un reino ideal, que alcanzaría gloria universal. Desde allí se propagaría la creencia y pertenencia a un Dios Único. Las luchas y las intrigas formarían parte fundamental de la razón de su ser existencial. Siempre mantuvo un carácter sagrado, a la vez que cosmopolita y universal.
Hace dos mil años un galileo fue juzgado y ajusticiado en ella convirtiéndola en un punto de referencia para la humanidad en su búsqueda de lo eterno..
Hace quince siglos un mercader procedente de la península arábiga la tomó como referencia de algunas de sus predicaciones. Sus sucesores desarrollarían la teoría de que, desde entre las ruinas del gran templo de la ciudad partiría hacía el cielo, hacia la inmortalidad. Hace nueve siglos, unos europeos muertos de hambre y sedientos de gloria y hartos de frustraciones, se embarcaron en la aventura de reconquistar la ciudad para su causa. Dejaron su huella durante un período cercano a doscientos años. Cruzaron sus frustraciones junto con ideales de salvación eterna y redención de una ciudad.
Hace un siglo, los descendientes de los expulsados por las tropas de Tito y Vespasiano, humillados por Adriano, el emperador romano de origen hispano, pudieron empezar a volver a la tierra meta de sus sueños, de sus ilusiones. Primero de poco en poco, finalmente de mucho en mucho, regresaron a la tierra de sus antepasados. Hace sesenta años declararon aquellos nómadas de la vida y de la historia que regresaban al lugar de su nacimiento, a su ciudad. Y lo hicieron para quedarse.
Cada vez que recorro las calles de la ciudad de Jerusalén tengo la sensación de que el tiempo se detiene. Que la Religión de los descendientes de Abrahán ha empapado hasta la última piedra de Jerusalén. Que, a pesar de todo, hay un deseo de paz, de tranquilidad, de convivencia. Cada vez que venimos de fuera, hacemos posible que se rompan los enfrentamientos entre sus habitantes. Está en su sangre el acoger al extranjero. Mientras nos acogen no pelean.
La clave de la grandeza de Jerusalén pasa por el respeto y entendimiento limpio y sincero de sus habitantes. “Cuando Dios creó el mundo, hizo diez medidas de belleza. Nueve para Jerusalén y una para el resto del mundo” (Talmud de Babilonia)